Tengo la costumbre, mejor dicho el médico, en este caso la médica, me hizo adquirir el hábito de darme un paseo de al menos una hora por cuestiones de un parámetro que pulula por nuestra sangre proletaria llamado colesterol.
Así que tal y como me ordenaron, yo siempre he sido una persona obediente, salí de casa a darme mi particular garbeo por la ciudad.
Hacía una mañana esplendida.
Aquella mañana cambié mi recorrido habitual y me dirigí hacia el centro de la ciudad, por Claret, el confesor de le reina Isabel y que un hermano de Gustavo Adolfo Bécquer ridiculizó en una revista satírica y pornográfica. Llegué a la rotonda que girando a la izquierda lleva a la calle San Jurjo y a la derecha a Jorge Vigón, a mi cabeza volvieron nombres con cierto olor cuartelero, sabor a rancio y olor a hachón encendido. Hice un recorrido mental: Calvo Sotelo, Santos Ascarza, Roberto Gómez de Segura, Defensores de Villarreal, Belchite, Oviedo, Somosierra, Pino y Amorena, Yagüe.
Llegué a Vara de Rey y cruce por Calvo Sotelo. En la misma esquina había un grupo de gente, visitantes, viendo la misma esquina. Me quedé a escuchar. Alguien hablaba del rótulo con el nombre de la calle, la fecha de inauguración de la calle, 1956, de la cruz de Santiago y de la leyenda esculpida en piedra. Era una de las frases con las que Calvo Sotelo pasó a la Historia: prefiero morir con honra que vivir con vilipendio. Por cierto la placa azul normalizada por el Ayuntamiento había desaparecido. Lancé una maldición con suavidad, apenas perceptible y seguí mi camino un tanto asqueado.
No podía de darle vueltas: ¡cómo a un fascista le pueden dedicar una calle con frase incluida, incumpliendo la Ley de Memoria Histórica!
Terminé mi recorrido en la calle Caballero de la Rosa, por cierto recién arreglada, dónde la entrada por Avenida de la Paz la han hecho ten estrecha que parece la hayan estrangulado.
Busqué con la mirada el nombre de la calle, me costó encontrarlo, estaba aburrido, solitario y sin nadie mirándolo ni guía explicando quién era Francisco López de Zarate. Recordé una estrofa de su célebre soneto La Rosa:
¡Oh tú, cuanto más rosa y más triunfante
teme, que la belleza son colores
y fácil de morir todo accidente!
Me senté en los nuevos bancos que bordean la curva de entrada de Caballero de la Rosa y mirando la escultura que se aposenta en la rotonda de la Universidad de La Rioja y totalmente relajado por el paseo me pregunté: ¿Se puede comparar la palabra de un poeta con la de un político fascista? ¿No se merece poner una estrofa de su más celebre soneto bajo el rotulo y su nombre completo? Me hice trampa yo, ya sabía la respuesta.